DE LA CAJA DE MADERA AL POEMA por Susanna Rafart

Una caja vieja de cava, llena de trozos de cerámica de colores tenues, como matizados por una luz del pensamiento. Son los fragmentos de muestras con que Oriol Sàbat anota las fórmulas y la numeración de los colores que empleará para sus piezas grandes. La caja de madera está bajo una mesa larga cubierta de papeles y pruebas, colores, protegida por unos ventanales de visión opaca. Sobretodo se sirve del óleo como técnica, con elementos recurrentes: ocres, rojos y verdes sin matizar. Los fondos tienen un gran trabajo tonal, con tiras grisáceas que resaltan las formas centrales que crecen más todavía con títulos como Cor cremat d'ocell. En general, hay motivos reiterados: la serpiente, el árbol, el fuego. Me dice que ha visto pocos incendios, una vez uno, yendo con su perro. En cambio, me habla del aislamiento, y de la relación entre espiritualidad y obra de arte, de la vida austera. La casa es serena y amplia, con un patio y una palmera baja, cuadros de diversas épocas y una gran biblioteca. Tomamos té en la cocina y hablamos de los meandros y circuitos por los cuales subsiste o se pierde una obra de arte. El taller es grande, analizamos las cerámicas, las esculturas, algunos dibujos. Ha sido casi autodidacta porque, al entrar en Bellas Artes, ya conocía el oficio y muchas de las técnicas empleadas. Uno mismo no elige bien la propia obra, eso le dicen los amigos. Eso mismo pasa con la poesía: ¿quién se antologa bien? Sus cuadros tienen fuerza, especialmente el que se titula Paisatge finestra, muy leñoso, como a él le agrada. Una ventana negra, que no da a vista alguna. Oriol muestra un libro hecho a mano, un libro de artista, del que ha cosido diez ejemplares religados a la japonesa, con gravados y poemas. Me regala el último. Hay otras telas esparcidas y metros a punto de preparar, potes vacíos del aceite que él mismo mezcla para conseguir colores más puros. Para él la pintura es el oficio, el trabajo artesano; la poesía, el arte de decir algo por necesidad. La luz entra, escasa, por los ventanales. Más tarde, bajamos a la calle y atravesamos el puente que nos lleva a la estación. Allí nos despedimos.

 

Abro el libro, Frontera amb el verd mentider (encuadernado el 2002). La poesía de Oriol Sàbat bebe en una fuente primigenia, de radical espiritualidad, a la búsqueda de un sentido universal de la transcendencia. En sus libros, todos ellos inéditos, planea una idea del arte que proviene directamente de la pintura: de la oscuridad se ha de extraer la palabra, la palabra que siempre es una derrota de los sentidos, como el color, como la luz. Como poeta joven, su idea de darse al mundo se hace verbo con osadía, con confrontación, con violencia. Los colores son portadores de verdades morales: el verde esconde la mentira, por ejemplo.

 

Sàbat a menudo manifiesta a través de descripciones penetrantes, expresionistas, su posición ante el mundo. Su poesía, por este marcado tono transcendental, quiere llegar a la oración, hecho que resulta favorecido por un registro de palabras concurrentes: campana, cáliz, sangre.

 

Otro rasgo distintivo de la poesía de Sàbat es la capacidad escenográfica de situar su grito en el poema. Se perciben influencias fílmicas, aunque predomina el quietismo. El carácter de pesadilla, tan propio de la poesía de Lautréaumont, late a veces entre las páginas de otro libro, Poemes del Destructor(2005). Las imágenes concretas sirven para mostrar la extrañeza de una percepción que busca un significado más allá, a partir de elementos naturales. La paleta se inserta en el lenguaje, al que se aplica un mismo trabajo artesano que busca formas, texturas para expresar el exceso del ser humano en la vida. En este punto, el poeta se instala en el poema en prosa de tradición francesa y desde allí llega a los códigos narrativos que lo acercan a la novela o más bien al apólogo que linda con la filosofía.

 

El planteamiento más reivindicativo aparece en el texto Els qui moriran et saluden (2006) que sitúa las preguntas sobre el callejón sin salida de la vida contemporánea, enfrentando verdad a poder. El primer poema ya es un paradigma de hacia dónde ha ido el siglo XX: "árbol, rostro, orgía, campo de concentración". Sàbat no hace concesiones y su voluntad de denuncia avanza como el trazo nítido del artista que marca o da significado a los cuerpos. La consciencia exagerada, de vigilia, nos abre a otra realidad, a la percepción de un mundo todavía menos natural, todavía más febril, que nos acusa por encima o por debajo de nosotros. Y de aquí viene también la destrucción del lenguaje, la autodestrucción. La voz poética cuestiona el yo, cuestiona el nosotros, es una seductora del abismo, pero hace falta saber que este abismo ha sido levantado poco a poco, vertebrando todas las piezas, como pasaba en el origen de las cerámicas de Sàbat con las pruebas de color: por eso el resultado sorprende, porque la mayoría no ha visto el taller. Y sorprende por la gran fuerza de una poesía que se va canteando a dentelladas vivas, sin red, sin contención. Poesía sensitiva altamente abstracta. El poeta dice: "Queréis hacer un canto que no es espiritual ni es canto."

 

Obrim els ulls a les ruïnes (1995-1999) se adentra en las preguntas anteriores, con la voz ya enfrentada directamente a la belleza que deja el paisaje de ruina. Hay que mirar también aquí, como en los cuadros, las formas impuestas. Sin embargo, la voz acusadora es una voz esperanzada en el ser y en el arte. En su colección de ensayos, Textos de fecunditat (1997-2002), el poeta pintor reflexiona sobre un tema esencial, el estilo, para afirmar que como problema independiente no existe sin una concepción del mundo detrás, el problema de fondo es la expresión. Esta afirmación podría incluso resultar temeraria en algunos ambientes. Sàbat escribe y pinta desde una radical libertad que se puede permitir porque ha trabajado valerosamente con todas las formas de arte que prefiguran las verdades a las que quiere y puede llegar el artista.